Sé de un país donde mandan los buitres
y las hienas, y vive atrincherado
en sus miedos y en sus resignaciones.
Es un país que lleva el llanto a cuestas
e impávido resiste mentirosas
razones, infinitas y astifinas
cornadas en las ingles de su aliento.
A su cuello se ajustan trágicamente
las sogas del tormento, y hasta el hambre
ha clavado sus dagas en su entraña.
Lo apuñalan y más muestra su pecho
a las garras del dalle y del verdugo.
En agonía permanente vive
y puede que en cualquier momento expire
si el pulso no le brota en torrencial
espuma de quejido y esperanza.
Cercado por la bilis del silencio
aguanta a muñidores de pobrezas
y desahucios, y ve cómo la nieve
del desánimo hiela su mirada
y siembra de sudarios esa sangre
que ayer fuera torrente de trigales
y hoy no es sino mortaja de resecas
pupilas y de manos ya marchitas.
Que no se rinda nadie que aún hay tiempo
de aniquilar la cruel altanería
y levantar el grito contra el hierro
que acuchilla y entierra tantos sueños.
Que se derrame a chorros la razón
y se llene de labios mi país
clamando por el pan de la igualdad
y por el sudor limpio del trabajo.
Ya se escuchan tambores de conciencia
que suenan a desaire y rebeldía,
sus redobles rechazan bulevares
y sus ecos encienden ventanales
por donde vuelan vértices de auroras.
En las góticas aguas del Arlanza
y en su cauce más claro, Gamonal,
vuelve a hacerse nobleza mi país.
Febrero de 2014 M.S.G.
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